Las posturas de Galileo, Copernico y Keppler tienen gran importancia para la iglesia del renacimiento. La iglesia afirma que según la biblia la tierra es el centro del universo (teocentrismo) esta es una verdad eclesial, que se empieza destruir cuando Keppler afirma que el universo se mueve, Copernico dice que los planetas en su recorrido forman una elipse y Galileo dice que el centro del universo es el sol, y como nada se le niega a la iglesia el santo oficio quería que se retractaran de lo que habían dicho o sino los condenaban a la hoguera; esto origina el método científico.
Se hace un desalojo de Dios, la razón se apodera del plano divino y coloca en su lugar al hombre. Aquí hay un cambio de teocentrismo a antropocentrismo (hombre es el centro de todo), quitándole a la imagen de Dios toda su fuerza.
La teología de los siglos XIV y XV no iluminaba, sino que proyectaba una luz que empobrecía y dividía a aquellos sobre quien recaía la vida intelectual. La Teología tradicional, con su Escolástica decadente, era reputada por los intelectuales “modernos” como anquilosada y carente de originalidad, cosa que en buena parte ocurría. Era la “via antica” y frente a ella prevalecía la “via moderna” representada por el “Nominalismo” de Guillermo de Ockham (+ 1349).
Para el Nominalismo, la ciencia y la teología no podía conocer más que lo individual y sensible, de tal modo que los conceptos “universales” no serían otra cosa que palabras, nomina. El Nominalismo era fideista, ya que, según él, la Revelación sería el único camino para conocer las verdades religiosas más esenciales, como la existencia de Dios o la inmortalidad del alma. Un exagerado voluntarismo divino, rayano en la arbitrariedad, ponía en peligro los fundamentos de la moralidad: las acciones no serían buenas o malas por su propia naturaleza, sino sólo porque Dios las mandaba o prohibía. Un incierto fundamento ofrecía, pues la Teología nominalista para las convulsiones doctrinales que se avecinaban.
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